Brasil gira a la derecha

El fin de Dilma presagia una época de austeridad y privatizaciones

Luis Tejero
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Michel Temer, en la toma de posesión de sus nuevos ministros. (Valter Campanato / Agência Brasil)

Trece años y cuatro meses después, el ciclo del Partido de los Trabajadores (PT) ha llegado a su fin. Casi el mismo tiempo que Felipe González gobernó desde La Moncloa (1982-96), sólo que en el caso brasileño los cuatros mandatos consecutivos en el Palacio de Planalto se han repartido entre dos líderes de perfiles muy distintos: el sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva y la ex guerrillera Dilma Rousseff.

Desde la investidura de su primer presidente obrero en 2003, el país ha vivido una etapa de luces y sombras. Un periodo de altibajos en el que llegó a brillar como la gran promesa de América Latina y los emergentes, para convertirse después en una gigantesca decepción. Y así ha desembocado en la actual coyuntura, en medio de un polarizado debate sobre las razones políticas y jurídicas para impugnar otro mandato presidencial como ya ocurrió con Fernando Collor en 1992.

El PT de Lula y Dilma deberá dejar paso a regañadientes al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), liderado por el moderado Michel Temer. Durante más de una década fueron socios, hasta que los segundos decidieron abandonar la coalición gubernamental ante la oportunidad de encabezar su propio proyecto de poder sin depender de la izquierda.

Temer ha ejercido como vicepresidente desde 2011 y ahora deberá asumir el papel de presidente interino mientras su antigua aliada es juzgada por el Senado. A sus 75 años (y con una mujer de 32), heredará un caos que él y su partido contribuyeron a crear. Antes de romper con el Gobierno en marzo, el PMDB llegó a ocupar casi una cuarta parte de la Explanada de los Ministerios en Brasilia, con carteras tan importantes como Sanidad, Agricultura o Minas y Energía.

Y si el PT se ha salpicado de corrupción hasta las cejas durante su paso por el Gobierno, tampoco la formación que ahora tomará las riendas de la Administración puede presumir de estar libre de sospechas en la Operación Lava Jato, que investiga el escándalo de desvío de dinero en la compañía semiestatal Petrobras.

Dilma Rousseff, en su despedida del Palacio de Planalto. (Roberto Stuckert Filho)
Dilma, en su despedida del Palacio de Planalto. (Roberto Stuckert Filho)

Turbulencias políticas

Por todo ello, expertos independientes consideran desmedido el entusiasmo con el que los mercados han seguido el proceso de destitución (o impeachment), reaccionando positivamente a medida que la caída de Dilma se hacía cada vez más inminente. O negativamente cuando la tramitación parecía dar marcha atrás, como ocurrió el 9 de mayo, cuando el presidente interino de la Cámara de los Diputados anuló la votación celebrada semanas antes y después revocó su propia decisión sin dar explicaciones.

“La interrupción del mandato presidencial no resuelve la actual crisis política”, alerta Rafael Cortez, analista de la consultora Tendências en São Paulo. “La transición del Gobierno será turbulenta”, coincide Bruno Rovai, economista brasileño de Barclays en Nueva York.

Desde todos los ángulos, el relevo en el Palacio de Planalto supone un giro a la derecha. “Objetivamente, el cambio implica la adopción de prácticas económicas más liberales”, explica el politólogo Marcelo Issa, director de la consultora Pulso Público en São Paulo. “El nuevo Gobierno dará prioridad a medidas ortodoxas, como la austeridad para favorecer el superávit en las cuentas públicas, la promoción intensa de proyectos de privatización y concesiones y la desregulación de gastos que hoy están sujetos por ley a las políticas sociales”, añade.

En un documento divulgado recientemente, el partido de Temer defiende “transferir al sector privado todo lo que sea posible en materia de infraestructuras” y plantea la necesidad de “un nuevo comienzo en las relaciones con las empresas privadas que prestan servicios al Estado”.

Resultado de la votación en el Senado: 55-22 contra Dilma. (Marcelo Camargo / Agência Brasil)
Marcador en el Senado: 55–22 contra Dilma. (Marcelo Camargo / Agência Brasil)

Alianzas sin la izquierda

Dado que el PMDB controla menos del 15% de la Cámara de los Diputados y poco más del 20% del Senado, la gobernabilidad estará en manos de una coalición que, en parte, será la misma que hasta hace poco daba una precaria sustentación parlamentaria a Dilma.

La diferencia es que los partidos de izquierda, como PT, PCdoB (comunistas) y PDT (laboristas), serán sustituidos por otras formaciones que han pasado los últimos años en la oposición, como PSDB (socialdemócratas en teoría, aunque de tendencia liberal) o DEM (democristianos).

Temer, considerado un habilidoso negociador y generalmente precavido en público, deberá lidiar también con la creciente influencia de las iglesias evangélicas, los terratenientes y los defensores de las armas.

“El Congreso brasileño hoy está mayoritariamente compuesto por parlamentarios refractarios o, como mínimo, críticos hacia las políticas públicas promovidas por el PT”, recuerda Issa. “Muchos de ellos están vinculados a denominaciones religiosas neopentecostales, a negocios de la industria agropecuaria y a instituciones policiales”. Es la llamada “bancada BBB”: Biblia, buey y bala.

“Esa circunstancia condicionará el apoyo al nuevo Gobierno a la promoción de una agenda más conservadora en términos de costumbres o, al menos, a la suspensión de iniciativas polémicas en términos de políticas de discriminación positiva y derechos sociales”, agrega el director de Pulso Público.

El nuevo Gobierno Temer: cosa de hombres. (Isaac Amorim / Min. Justicia)
El nuevo Gobierno Temer: cosa de hombres. (Isaac Amorim / Min. Justicia)

La nueva oposición

Mientras tanto, al PT tratará de reivindicar su legado y plantar cara al nuevo Gobierno. La estrategia de Lula, nuevo líder informal de la oposición, pasará por desgastar a Temer con ayuda de otros partidos y organizaciones de izquierda. Sindicatos y movimientos sociales ya han avisado de que tomarán las calles ante cualquier mínimo intento de implantar medidas de corte liberal, como una impopular aunque probablemente necesaria reforma de las pensiones.

Durante los debates en la comisión del impeachment, el senador Lindbergh Farias (PT) dio una pincelada de cómo será ese discurso. “En este festival de traiciones e indecencia, vamos a salir de esta votación con la cabeza erguida porque tenemos lealtad a un proyecto político que ha sacado a millones de la miseria, porque tenemos respeto a nuestra presidenta y porque sabemos lo que está detrás de este golpe: retirar derechos y conquistas de los trabajadores y paralizar las investigaciones”, proclamó, en referencia a la Operación Lava Jato.

El abrazo de Dilma y su padrino político. (Ricardo Stuckert / Instituto Lula)
El abrazo de Dilma y su padrino político. (Ricardo Stuckert / Instituto Lula)

Autocrítica pendiente

Lula y los suyos ya piensan en las próximas elecciones, sean anticipadas o en 2018. Y por ahora, ni una palabra sobre los desaciertos de una gestión calificada como mala o pésima por la inmensa mayoría de la población. “El PT debería aprovechar el momento para pedir disculpas, pero parece más preocupado por atacar a Temer e intentar despegarse de la presidenta que sale de escena”, opina Bernardo Mello Franco, columnista de Folha de S. Paulo.

“Tratar a Dilma como el único problema es escoger la vía del autoengaño. Ella puede ser la principal responsable por los errores en la política económica, pero tiene poco que ver con la marea de escándalos que creó el ambiente para el derribo del Gobierno. Nadie espera que los petistas se inmolen en plaza pública, pero es improbable que el partido sobreviva sin cambiar sus prácticas y ofrecer una autocrítica convincente a los electores”, escribe el periodista.

Cynara Menezes, bloguera influyente en la izquierda brasileña y muy crítica con el proceso de impeachment, se apunta a la discusión en las páginas de la revista Caros Amigos. “El PT cometió muchos errores desde que llegó al poder”, admite. En vez de apostar por la reforma política, dice, la formación “cedió y pasó a financiarse igualito que los otros, con dinero de las mismas constructoras que después harían las obras gubernamentales”.

“Hay otro error que poca gente en el partido se atreve a comentar”, prosigue Menezes. “Lula y el PT no querían que Dilma fuera candidata a la reelección, pero ella ni siquiera abrió espacio para la discusión. Se equivocó el PT al no someterla a primarias y se equivocó la presidenta al no tener autocrítica ni visión de futuro. Lo que nos remite a otro error más antiguo: hubo un tiempo en el que el PT estaba en contra de la reelección”, recuerda la columnista. “Si se hubiera mantenido en contra, habría formado a mejores cuadros y hoy no sería tan lulodependiente”.

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